“Hemos venido aquí para servir a Dios y
para hacernos ricos”, proclamaba un miembro del sequito del
conquistador español Hernán Cortés.
Estos dos objetivos, el
comercial y el religioso, precisaban de los propios indígenas para verse
coronados por el éxito. Los conquistadores y demás aventureros españoles
ansiaban las tierras y el trabajo de los indígenas; mientras que los sacerdotes
y frailes reclamaban sus almas. En última instancia, ambos propósitos resultaron
destructivos para muchos pueblos indígenas del continente americano. El primero
los privó de su libertad y, en muchos casos, de sus vidas; el segundo los despojó
de su religión y cultura.
Al respecto escribió así el obispo e historiador español Diego
de Landa:
“No
sólo tenían los indios cuenta del año y de los meses, como queda dicho y señalado
atrás, sino que tenían cierto modo de contar los tiempos y sus cosas por
edades, los cuales hacían de veinte en veinte años, contando 13 veintenas con
las veinte letras de los días que llaman Ahau”. Desafortunadamente, el
mismo obispo Landa confiesa: “Hallámosle
gran número de libros de estas sus letras, y porque no tenían cosa en que no
hubiese supersticiones y falsedades del demonio, se los quemamos todos, los
cuales sintieron a maravilla y les dio mucha pena”.
Hernán Cortés
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